Esta vez, he decidido “empezar por el final”.
Os presento “de entrada” el último movimiento del Stabat Mater de Dvorak, y tiene un motivo obvio.
En él, como en todos los demás Stabat Mater escritos por Pergolesi, Rossini y Vivaldi, se encuentra el desenlace, la certeza final que transforma todo lo anterior: Aunque el cuerpo esté sometido a la finitud, el alma es eterna, y su destino es el paraíso.
Y para que este mensaje nos quede grabado para siempre en cuerpo y alma, Dvorak lo
afirma con un Amen contundente y poderoso que se transforma, hacia el final del movimiento, en un batir de alas sutil que parece llevarnos directamente a nuestra patria (o matria) celeste.